Así que me preguntáis qué es la contracultura. Bueno, pensándolo bien, peor hubiera sido que me preguntaran dónde se puede encontrar. Es mi modesto parecer que la tenéis justamente delante, que casi os está devorando, y que para no verla hay que estar más ciegos que un búho sordo o negarse recalcitrantemente a reconocer su existencia aunque brille más que el sol un 13 de julio en el hemisferio Norte. No, no creo que sea pretencioso decir que es como el aire que respiramos, porque, como se ha dicho, cuando alguien decide por primera vez crear cultura lo que crea es cultura subterránea, que es contracultura en la mayoría de los casos…Casi nadie da sus primeros pasos en el mundo de la cultura teniendo a su disposición un auditorio, un museo o un teatro municipal, salvo que más que enchufes tenga cables de alta tensión o que viva en un pueblo de menos de 200 habitantes. Es más, me atrevería a decir que la mayoría (incluso la inmensa mayoría) de quienes se meten en berenjenales culturales no logran pisar nunca un auditorio, un museo o un teatro municipal como no sea en la condición de espectadores. Entonces podemos decir (bueno, puedo decir; vosotros no sé si estaréis de acuerdo) que la cultura subterránea es la cultura de las masas que hacen cultura actuando como individuo, no como masa. Es una definición como otra cualquiera; espero que por lo menos consiga hacer pensar.
Me atrevería a decir, pues actualmente no está castigado con pena de cárcel, que la contracultura y la cultura subterránea son tan antiguas como la propia cultura, al ser conceptos que se llenan de contenido de manera automática al establecerse jerarquías referentes a fenómenos culturales; de inmediato, las corrientes, hechos y eventos situados en la parte inferior de la escala devienen contracultura, subcultura o cultura subterránea. Probablemente los fenicios, los etruscos y los tartesios tuvieran ya contracultura, igual que los jeroglíficos muestran que entre los antiguos egipcios estallaban conflictos laborales y generacionales; en cierto modo, Diógenes el cínico, ése que lo hacía todo en público y aún hoy vende tantos libritos de bolsillo con aforismos, ya representaba una filosofía contracultural frente al pensamiento griego “oficial" cuyo mascarón de proa es Platón, ese personaje cuyo nombre significa “el ancho de hombros” (no puede producir más que perplejidad que un supuesto pensador pase a la posteridad con un apodo referido a su complexión atlética; no le llamaron “el de las ideas brillantes e ingeniosas” ni nada parecido, sino “el ancho de hombros”. Da qué pensar). Algún que otro milenio más tarde, en la teocrática Europa medieval florecían en poblaciones aisladas cientos o miles de movimientos motejados de heréticos que, dada la confusión entre cultura, filosofía, política y religión entonces existente (digamos que todo acababa siendo teología) han pasado a la historia como sectas, cuando seguramente se trataba de sub-contra-culturas en toda regla. A partir de aquí podemos citar decenas o cientos de –ismos aparecidos en las centurias subsiguientes; entre los cuales cada uno tiene sus preferencias; yo por mi parte no puedo ocultar mi debilidad por los relacionados con el humor, el absurdo, la imaginación y las utopías políticas tendentes a liberalizar las costumbres y repartir la riqueza (por ejemplo; el teatro del absurdo, el surrealismo, el dadaísmo, la patafísica, Frank Zappa, la guerrilla de la comunicación, el arte contemporáneo insurrecto, la interferencia cultural, ciertos aspectos del punk, el jazz y los llamados hippies, la subcultura anarcosindicalista desarrollada en España desde 1870 a 1939, el movimiento por otra globalización, las movilizaciones contra la precariedad en el trabajo y en la vida, los nuevos desarrollos culturales relacionados con tecnologías introducidas recientemente, la heterogeneidad, etc…). Este mosaico contracultural ha sido improvisado a vuelapluma en apenas diez minutos; estoy seguro de que tú que lees esto podrás citar unas cuantas decenas más de elementos contraculturales de tu agrado, y así todo el mundo sin que por ello se agote la cultura subterránea, que por el contrario se va impregnando de los cambios sociales característicos de cada época, mutando entonces a velocidad de vértigo y permaneciendo al mismo tiempo (las nuevas formas de contracultura no han enterrado por ejemplo al free jazz, que era cultura subterránea en 1960, ni a Arthur Rimbaud, que lo era en 1875). Espero que esto sirva para entender en qué inmenso y fascinante magma estamos penetrando.
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