He aquí lo no programado. Lo humilde, lo artesano, lo desprejuiciado, lo crítico, lo juguetón, lo saltarín. Contemplad aquella cultura que empezó sin cobrar entrada. Exponed vuestros cuerpos, mentes, historias y sueños a las infinitas formas culturales crecidas en las calles, en las catacumbas y en las habitaciones. ¿Quién ha dicho que no podáis ser parte de todo esto? Sin camerino también se inventa. Sin cánones también se crea. De hecho, sin cánones es como se imagina. Esperamos de todos modos que lo que sigue os haga sentir que vivís en un universo un poco más amplio.

jueves, 17 de enero de 2008

¿Un curso acelerado de iniciación a los tiempos modernos?


Todas las épocas fueron consideradas vertiginosas por quienes tuvieron la dicha o el infortunio de vivir en ellas; a falta de otra cosa mejor que hacer, muchos se vieron abocados a habitar la falsa añoranza de un pasado bucólico, no mejor pero sí más campestre, más lento, más aprehensible. No es entonces nueva la desorientación que muchos afirman experimentar en la actualidad ante un presente que parece basarse en apilar noticias sobre noticias, famosos sobre famosos y gritos sobre gritos. Eso es sólo el espectáculo, sin embargo, y a fe mía que es un espectáculo más soporífero que un discurso de ocho horas sobre las consecuencias en el plano jurídico de la reciente prevalencia de los abonos fosfatados sobre los abonos nitrogenados. Si se quiere encontrar una representación dramática que englobe las claves sobre las que se asienta nuestra actual realidad colectiva, hay que desplazarse hacia otros ámbitos. Y es entonces cuando nos damos de bruces con lo acontecido en torno a la experiencia del Centro Social Okupado y Autogestionado Casas Viejas, que el 29 de noviembre de 2007 fue brutalmente desalojado (el adverbio que acompaña a la palabra "desalojado" no se refiere aquí exactamente al proceder de los del monopolio de la violencia legítima, sino al conjunto de actuaciones y circunstancias que rodearon la evicción; qué le vamos a hacer, sigo siendo de los que adjetivan como brutal la preeminencia del derecho de propiedad privada sobre todos los demás derechos).

Si he dejado traslucir mis simpatías en este caso, sin ánimo de aleccionar, es porque es tarea del librepensador razonar sin prejuicios y finalmente adoptar una postura y comprometerse cuando la ocasión lo merezca, sabiendo argumentar sus preferencias; la neutralidad sistemática es en último término un no pensar, una postura predefinida que al cabo resulta ser la que conlleva menos esfuerzo, la que se espera del que sólo aspira a reproducir ad nauseam lo existente abortando cualquier tentativa de avanzar, la que asegura la pervivencia de estructuras anacrónicas construidas sobre el poder y la nostalgia, sobre la nostalgia del poder perdido, sobre la nostalgia del poder erosionado por causa de la actuación de multitud de individuos descoordinados pero remisos a aburrirse. En todo caso, y sin perjuicio de otras consideraciones, no puedo obviar el hecho de que hace dos meses el terreno sobre el que se levantaba el CSOA Casas Viejas era un espacio donde transcurrían actividades culturales, y ahora es un solar destinado a viviendas de lujo. Como aspirante a participar de algún modo en la producción y (auto) gestión de cultura, este detalle me resulta particularmente inquietante. Quienes tengan mayores simpatías por el clan que desde tiempo inmemorial ejerce el señorío en aquella finca urbana podrán puentear esta consideración sobre la cultura y los pisos de lujo esgrimiendo argumentaciones varias que a buen seguro incluirán alguna observación sobre la legalidad y el respeto a las instituciones. Luego plantearé la cuestión de lo que ocurre cuando las leyes se quedan anacrónicas, dejando de ser instrumentos útiles para regular la convivencia en una sociedad y convirtiéndose en arma arrojadiza de los grupos de presión contra quienes no tienen ni arte ni parte en la elaboración de dichos códigos. Por el momento me instalo en la idea de que el poder judicial ha preferido el derecho a abandonar un terreno heredado hasta que es rentable construir pisos de lujo sobre él al derecho a usar un terreno abandonado y desarrollar actividades culturales en él.

Porque el de Casas Viejas es un ejemplo de libro; el delito (ciertamente no tipificado en el Código Penal) de especular con suelo urbanizable se ha cometido aquí con singular desparpajo, pues los últimos vestigios de actividad en el solar de marras mientras estuvo en manos de los Bordas Marrodán (comunidad de bienes) se remontan a 1982. Es mucho remontarse, desde luego; entonces el alcalde de Sevilla era Luis Uruñuela, del extinto Partido Socialista Andaluz, después reconvertido en otro tipo de organización. La isla de la Cartuja estaba vacía, el reloj digital con calculadora era considerado tecnología punta, The Clash y los Bauhaus estaban en activo (y Mariano Ozores también) y la también extinta UCD era el partido gobernante en España. Muchos lectores de este blog no habían nacido o acaban de hacerlo (perdón, algunos lectores de este blog; es quizá quimérico pensar que este blog pueda tener muchos lectores). Ahora, desde aquel remoto punto del espacio-tiempo saltamos hasta el año 2002, poco antes de la cumbre europea y la huelga general de junio. Un poco brusco este salto de dos décadas, pues entretanto ocurrieron en el mundo infinidad de acontecimientos imprevisibles que transformaron por completo la experiencia humana. Sin embargo, ninguno de estos acontecimientos acaeció en el solar de la calle Antonia Sáenz, que siguió ahí, improductivo como en su momento lo estuvieron las tierras retenidas por latifundistas de infausta memoria, y por otra parte lleno de ratas y escombros. A nadie ha de extrañar; el delito (ciertamente no tipificado en el Código Penal) de especular con suelo urbanizable implica el no actuar de ningún modo sobre el terreno objeto de especulación hasta que no llega la hora de forrarse a costa del título de propiedad, desmintiendo de forma rotunda la idea de que el capitalismo premia a los que más trabajan. Y durante muchos años el entorno de Casas Viejas estuvo considerado por las gentes decentes como un barrio no del todo de fiar, en el que las gentes decentes no iban a pagar los millones (de euros) que cuesta un piso de lujo decente para gentes decentes. Cuando hubo operaciones de gentrificación en perspectiva, se creyó llegado el momento, presentóse la preceptiva demanda en el juzgado y un licenciado en Derecho aprobó el uso de las fuerzas del orden para asegurar las prerrogativas que facultan a un grupo de honestos especuladores para construir pisos de lujo donde les venga en gana, si acreditan ser dueños y señores de los terrenos en cuestión. Entonces, el delito (ciertamente no tipificado en el Código Penal) de especular con suelo urbanizable dio un paso importante hacia su consumación, precisamente por no estar tipificado en el Código Penal.

Lo que la cultura ha perdido con la eliminación física de este espacio puede ser calibrado leyendo la enumeración de actividades culturales contenida en este enlace. Puede que muchas no concuerden exactamente con los gustos de los lectores (a mí tampoco me gustan todas, pero de eso se trata); sin embargo, lo cierto es que el solar donde otrora se erigió el CSOA Casas Viejas está condenado a ser por muchos años un espacio culturalmente yermo. Donde antes había algo, ahora no hay nada; no deja de ser inquietante que muchos (o pocos, pero en todo caso poderosos), imbuidos de la muy autoritaria pretensión de que el espectro de lo existente coincida con el de sus gustos personales, sostengan que la ausencia total de cultura es preferible a la supervivencia del tipo de cultura que Casas Viejas albergaba. Desde un punto de vista cultural, es interesante analizar cómo las instituciones se han mostrado hasta ahora remisas a colaborar en la organización del tipo de eventos que acogía Casas Viejas, a pesar de ser obvio que existe una demanda entre un sector de la ciudadanía más o menos nutrido, que no por pobre y/o minoritario y/o izquierdista ha de ver menoscabados sus derechos. Reflexiónese sobre si eso mismo ocurre con eventos patrocinados por sectores seguramente menos numerosos pero con toda seguridad más influyentes. Toda vez que los estamentos públicos parecen no tener mucho en cuenta la cultura no consagrada, no académica o no tradicional, y siendo así que el empresariado desprecia la cultura carente de rentabilidad contable a corto plazo, la eliminación de espacios autogestionados dificulta sobremanera la iniciativa individual en la creación de contenidos culturales, condenándonos a una cultura que reproduzca de forma exacta la de años ha, sin aportaciones novedosas ni originales, donde el creador es un "profesional" por designio cuasi divino y el ciudadano un mero consumidor. Nos merecemos algo mejor que todo ese aburrimiento estamental y formulaico. Todos somos creadores, y la evolución no puede detenerse.

Por otro lado, el carácter de representación dramática de nuestro tiempo que adquieren los sucesos acaecidos en torno al CSOA Casas Viejas viene dado sobre todo por la entrada en escena de un movimiento cuya existencia era insospechada no sólo para los Bordas Marrodán, sino para cualquier poder fáctico; se trata del movimiento generado en torno a los cinco años de existencia del Centro Social y a la cultura construida sobre las actividades allí desarrolladas. Para estupefacción de los inmovilistas, salía a la palestra un agente social que no podía ser entendido a partir de conceptos absolutos, de dogmas rígidos o de ideas de digestión rápida que se pudieran formular en menos de lo que dura una noticia en un telediario. No servían ya los esquemas político-sociales anteriores a la emergencia del movimiento antiglobalización; quienes apoyaban al CSOA Casas Viejas no eran necesariamente marxistas, no actuaban bajo la tutela de partido político alguno ni supeditaban su estrategia a solemnes principios teóricos de pretendida vigencia universal. Su legitimidad provenía de su acción sociocultural constructiva, no respaldada por aparato publicitario alguno, sino tejida desde abajo, en el día a día, mostrando sin ambages sus aciertos y sus errores, pues no era posible mucha pirotecnia mercadotécnica; por otro lado, la inexistencia de estructuras jerárquicas brindaba la posibilidad de frenar tarde o temprano a los arribistas y sectarios que inevitablemente aparecen en torno a cualquier proyecto exitoso. Más importante aún, las gentes que habían revitalizado el espacio de Casas Viejas no ambicionaban ser opción única, sino una más entre las opciones posibles; reivindicaban la posibilidad de su existencia, no la de su perfección. En apoyo de estas premisas se había conseguido reunir a miles de personas; no, ya no eran los okupas de antes, ni los comunistas de antes, ni los anarquistas de antes, y en algún despacho hubo quien se preguntó qué podía hacerse con ellos para que todo volviera a ser como antes.

Es ahí donde entran en la representación otras fuerzas que reaccionan contra nuestro tiempo; ello no ocurrirá sino después de que dos participantes en el Centro Social asuman la representación del colectivo encerrándose en un túnel subterráneo inaccesible para las autoridades, con la intención de que el desalojo sea menos rápido y quirúrgico de lo que el juez y la policía habían previsto. La compleja estrategia desarrollada por la asamblea del centro era inédita en España, por cuanto se inspiraba en el plan de acción seguido por el movimiento contra la carretera de enlace entre las autopistas M11 y A102 de Londres, el cual se desarrolló en 1994, adquiriendo la suficiente importancia como para aparecer con su propio artículo en la Wikipedia en inglés (es significativo el hecho de que este movimiento fracasó a corto plazo, pero a la larga acabó calando). Las mentes oficiales, incapaces de asimilar que más allá de los Pirineos también suceden cosas, tuvieron muchos problemas para creerse esto. Entretanto, el desconcierto de los poseedores de mando en plaza era evidenciado por la inusitada dureza de las cargas llevadas a cabo contra quienes protestaban por la supresión del Centro Social. Ese fue el momento de salida a escena de los medios de comunicación, ávidos de lo que ellos llaman una historia (seguramente traducción del inglés story, que en español se traduce más por cuento que por historia verdadera). La heroicidad física implícita en el modo de resistencia elegido atrajo a los medios de fuera de Sevilla, que hacía ya tiempo que no cubrían una noticia ocurrida en la ciudad; por otro lado, también espantó a ciertos poderes fácticos de dentro, incómodos ante la difusión nacional y hasta internacional de un fenómeno que desvirtuaba la imagen de ciudad de profunda devoción mariana que con tanto mimo intentan preservar.

Los medios de comunicación, entonces, se comportaron como medios de comunicación, introduciendo la preceptiva simplificación orientada al espectáculo que ellos necesitaban y marcando así el camino a las instituciones, que habían de intervenir inmediatamente después. El monolitismo y la agresividad con que partidos políticos, fuerzas del orden, prensa local y estamentos conservadores se aplicaron a deteriorar la imagen de los participantes en Casas Viejas podría ser explicado aludiendo a un miedo insuperable a lo nuevo, a lo que inserta ideas de variado origen en el tejido local y a lo que florece fuera de su control; por encima de los defectos que pudieran advertirse en su funcionamiento cotidiano, Casas Viejas podía encajar en esas definiciones. Se recurrió entonces a los clichés ofensivos tan caros al aparato propagandístico reaccionario de tiempos recientes; si los okupas de ahora no eran como los okupas de antes, su imagen tenía que ser esculpida a martillazos difamatorios hasta que regresaran al redil y aceptaran el papel que les había correspondido en la representación.

Las acusaciones difundidas eran tan graves como burdas, y llevarían a más de un pesimista antropológico a pensar que la civilización no ha avanzado un palmo desde los años sesenta. Lo cual no es cierto; es sólo que los mostrencos aunque peligrosos vituperios proferidos contra Casas Viejas desde elevadas tribunas están destinados a quienes necesitan creer que la civilización no ha avanzado un palmo desde los años sesenta. En esencia, se trata de la consabida caracterización de los participantes en Casas Viejas como okupas vagos, okupas parásitos, okupas ruidosos y okupas sucios, aderezada con dos sambenitos más, dictados por el momento mediático y por ello bastante destructivos: el de okupas simpatizantes de "las trasnochadas utopías de mayo del 68" (papá Sarkozy, el hombre de las gafas oscuras, ha abierto la veda) y el más rastrero y ruin, el de okupas "pertenecientes al entorno etarra", que muestra los escasos escrúpulos con que se ha planeado la operación de deterioro de imagen del colectivo relacionado con Casas Viejas (es casi innecesario aclarar que dicho colectivo está tan vinculado a la banda terrorista como lo puedan estar los directores de los periódicos que se editan en Sevilla o los altos cargos del Gobierno central en Andalucía). La decisión de difundir tales calumnias representa aquí la nula disposición de los que crean la ficción mediática a pactar con quienes crean la realidad. Quienes al arrogarse el poder se arrogan el conocimiento afirman tener constancia de que la época actual es una época "de derechas", y que se ha de elegir entre mantener el presente estado de cosas o volver a esquemas absolutistas. Como siempre, aquí y allá surgen corrientes de pensamiento y movilización sociocultural que desmienten tan interesada y maniquea pretensión; en una democracia no puede alcanzarse el grado de control social necesario para asegurar que nadie le busque tres pies al gato. Cuando alguien le busca tres pies al gato, es la realidad la que intenta introducir una cuña en la ficción mediática para acabar derribándola como una cascada que vence un muro de contención; por las fisuras del muro entran los matices, las historias personales, los estados de ánimo, la multiplicidad de circunstancias, los sueños y la creatividad, entre otras muchas cosas. Pero los guardianes de la ficción mediática no dejan que la realidad les estropee una buena noticia, y las noticias no están hechas de matices ni de historias personales, sino de victorias, derrotas, privilegios, prejuicios, encuestas, árboles genealógicos y glamour. Todo esto ha quedado claro en la representación; a cada uno le ha sido adjudicado un rol vinculado a lo tradicional en una batalla que había de terminar con vencedores y vencidos, y los estereotipos encarnados por los personajes encajan como un guante en la función de masajear prejuicios a la que ahora se han entregado los autotitulados comunicadores, quienes habitan más cerca del cine de Hollywood que del periodismo llamado "serio".

Por último, cabe preguntarse sobre las herramientas de las que disponemos para actualizar el funcionamiento de la sociedad y posibilitar el establecimiento de normas que articulen la coexistencia y no el privilegio, para lo cual no estaría mal que los individuos de a pie dispusiesen de cauces que les permitieran decidir ellos mismos, tanto en lo que se refiere a la cultura como en lo relativo a otras esferas de lo social. Traduciendo esta retórica a preguntas concretas: ¿qué posibilidades tienen los participantes en Casas Viejas de cambiar las leyes referentes a la ocupación de una propiedad en desuso? ¿Qué oportunidades existen para intervenir en las políticas culturales de forma que determinadas opciones creativas, tan dignas como otras cualquiera, no queden desamparadas? En Holanda, todo inmueble que haya permanecido vacío durante un año puede ser legalmente ocupado si el propietario no demuestra que lo vaya a usar de forma inmediata. ¿Qué opciones tenemos los que preferimos una legislación como la holandesa a la vigente aquí, que da la razón al propietario en todos los casos? Pues nos vemos un tanto inermes...Participar...votar cada cuatro años, y luego... el espectáculo, donde hay unos cuantos actores y los demás somos público. Así no es de extrañar que algunos decidan forzar su entrada en el show, pero el guión está escrito y los papeles están repartidos, porque es teatro clásico, teatro comercial...no, perdón, ni siquiera es teatro, sino películas de superestrellas y persecuciones y efectos especiales y hamburguesas con ketchup y palomitas. Tiene que haber algo mejor, más complejo, más creativo, más incluyente, más feliz. Tiene que haberlo. Por si acaso, viva el teatro independiente y la comedia absurda.

Leer más…